Frontera Energy anunció el descubrimiento de hidrocarburos en el pozo exploratorio Jandaya-1 perforado en el bloque Pèrico en Ecuador. Frontera es el operador y tiene 50% de participación en este activo. El otro 50% pertenece a GeoPark.

Orlando Cabrales Segovia, CEO de la compañía, comentó: "Jandaya-1 es el primer pozo operado por Frontera en Ecuador y es el primero de toda la Ronda Intracampos 2019 que se perfora. Estamos convencidos de que esta representa la primera de muchas oportunidades ya identificadas en el bloque Perico. Gracias al permanente apoyo del Gobierno de Ecuador y las comunidades cercanas al sitio del pozo, Jandaya-1 se perforó, completó y probó a tiempo y según nuestras expectativas.".

Jandaya-1 se perforó el 7 de diciembre de 2021 y alcanzó una profundidad total de 3.345 metros. La prueba inicial de 24 horas dio como resultado 925 barriles de petróleo equivalentes por día.

Frontera espera perforar el pozo exploratorio Tui-1 en la parte sur del bloque Perico en febrero de 2022 y estará ubicado aproximadamente a 6 kilómetros de Jandaya-1. Así mismo, se han identificado prospectos adicionales en el bloque que se están evaluando para futuras perforaciones.

La compañía tiene aproximadamente 16.700 acres netos (6.758 hectáreas) en los bloques Perico y Espejo en Ecuador. Los bloques están ubicados cerca de la producción e infraestructura existentes en la provincia de Sucumbíos en la cuenca Oriente, la cual actualmente produce más de 500.000 barriles de petróleo diarios.

 Fuente: Frontera Energy

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Para identificar las oportunidades que tiene el aceite de palma alto oleico, en un escenario de aumento de su producción, la agroindustria de la palma de aceite se ha planteado el reto de conocer más sobre mejores condiciones para su cultivo, procesamiento, uso y comercialización, tanto en el mercado nacional como en el internacional, y por ello hoy y mañana los palmeros de Colombia y de Ecuador, principalmente, se reúnen en torno a esta temática.

Así lo expresó Nicolás Pérez Marulanda, Presidente Ejecutivo de Fedepalma, en el marco del taller “Oportunidades del aceite de palma alto oleico”, encuentro que se extenderá hasta mañana y hace parte de las actividades planeadas para este año por la Cámara Alto Oleico que el gremio creó en 2019, conformada por los productores de aceite de palma alto oleico y cuenta con la participación de los equipos técnicos de la Federación. 

“Teniendo en cuenta el potencial del aceite de palma alto oleico, el objetivo de este evento es compartir las experiencias sobre el uso industrial y la identificación de oportunidades para este aceite de palma OxG que contribuyan a la diferenciación y posicionamiento en el mercado nacional e internacional”, reiteró Pérez Marulanda.   

 Expuso que el desarrollo del híbrido interespecífico OxG, del cual se extrae el aceite de palma alto oleico, ha sido la principal respuesta a la Pudrición del cogollo (PC), enfermedad que ha representado una gran amenaza para los cultivadores de palma de aceite de América, principalmente en Colombia y Ecuador, desde los años 90s.

“El desarrollo de este cultivar ha traído esperanza a todo el sector, especialmente a las regiones donde la Pudrición del cogollo arrasó con miles de hectáreas de cultivo”, indicó el vocero gremial, señalando que en la última década, las pérdidas económicas por PC superan los US$2.800 millones, según estadísticas de Fedepalma.

En la actualidad en Colombia hay cerca de 80.000 hectáreas sembradas con cultivares OxG, que representan 13 % del total del área sembrada y una producción anual estimada de 260.000 toneladas de aceite de palma alto oleico, que extraído de los frutos del cultivar OxG se caracteriza por tener una composición de ácidos grasos diferente a los otros aceites vegetales, destacándose su mayor contenido de ácido oleico (más de 52 %) frente al aceite de palma convencional.

Concluyó Nicolás Pérez que uno de los grandes logros de aceite de palma Alto Oleico es su inclusión en la norma internacional Codex Stan 210, proceso que fue liderado por Fedepalma con el apoyo de empresas productoras y el Gobierno Nacional, lo cual permite que el producto sea considerado apto para el consumo humano y pueda ser comercializado internacionalmente.

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Los comités de Arroceros de Yopal y Aguazul, rechazan de manera enérgica las importaciones que han sido anunciadas desde Ecuador, determinación que riñe con la situación del sector arrocero colombiano.

No se entiende como el gobierno emite tal autorización, cuando es de su pleno conocimiento  que el país  cuenta con un inventario de más de un millón de toneladas de arroz, el más alto de  la historia, y de los cuales, una parte nada despreciable  pertenece a los agricultores; lo cual, ha llevado  a que los productores tengan que soportar  precios de compra tan bajos, que  en este momento han llegado  a un nivel  que a la fecha ni siquiera cubre los costos de producción.   

Tal autorización de importar, solo aumenta el descontento y acrecienta la crisis e incertidumbre de los agricultores, quienes a pesar de haber advertido como gremio a través de la Federación Nacional de Arroceros, las consecuencias de una importación; en el peor escenario que es cuando tenemos un mercado sobre ofertado desde el año pasado y que a pesar de la situación de pandemia, hemos asumido el reto de producir el alimento básico que necesita el país. 

En consideración a las graves repercusiones  que traería el ingreso de arroz ecuatoriano en estos momentos, se exige del gobierno nacional que no lo permita,  acudiendo a las razones que están contempladas  en el acuerdo mismo de la Can, reflejadas exactamente en la situación por la que está pasando el sector arrocero y el país en general, ya que esta sería otra situación  que terminaría complicando aún más la ya afectada economía nacional.

De igual manera se considera que el gobierno debe actuar con sensatez, pues a  la grave situación de conmoción social por la que atraviesa Colombia, no se le puede  sumar ahora una problemática más. Permitir tal despropósito sería un mensaje inadecuado en momentos en que se requiere voluntad de concertación por parte del ejecutivo, ya que a pesar de que se avanza en las siembras con muchas dificultades frente a factores adversos, los agricultores mantienen su compromiso de brindar la seguridad alimentaria que el país requiere.

Ante esta situación, exigimos impedir el ingreso de arroz proveniente de otros países y la presencia del Ministro y Viceministro de agricultura en nuestro Departamento; teniendo en cuenta el compromiso preexistente para con el gremio arrocero del Casanare, tratándose de que es el primer departamento arrocero del país por lo cual esperamos construir con él, las medidas a seguir para sortear estas dificultades que hoy amenazan la estabilidad del sector; pues a pesar del respaldo del gobierno local, es indispensable la intervención del gobierno nacional.

Finalmente, reiteramos nuestro rechazo a los actos violentos y de vandalismo que se han apoderado de varias ciudades y el bloqueo de las vías nacionales que impiden el paso de alimentos, e insumos; pero no con ello desconocemos, las dificultades sociales del país; ya que dichos actos desmedidos, desvirtúan el verdadero sentido de la protesta.

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Carlos Martín Beristain durante el Encuentro por la Verdad ‘El retorno de nuestras voces’, reconocimiento al exilio, las víctimas en el exterior y la población retornada.

La experiencia del exilio muestra que la frontera no es una línea que se traspasa, sino una enorme zona gris por la que deambulas mucho tiempo después de la huida. Cruzar la frontera no es un acto, ni un salto. Lleva meses o años. La vida toca rehacerla, no desde los pedazos, sino a veces desde las cenizas. Comida, trabajo, olores, a veces hasta aprender a hablar de nuevo.

En otros casos, en los pueblos que están a los dos lados de la frontera, indígenas como los siona o los bari, afrodescendientes o campesinos, la guerra ha fragmentado aún más sus territorios y la protección no se ha hecho responsable, alterando modos de vida compartidos. Hay pedazos de Tumaco o Buenaventura en Antofagasta, en el desierto más seco del mundo en Chile, en Ecuador, en Islandia, en Canadá, en España, en Italia, en Nueva Zelanda o en Washington (Estados Unidos). En las culturas ligadas a la tierra, el exilio es además una ruptura con el ombligo de la vida.

Que lo vivido se encuentre con las palabras que lo habitan no tiene que ver solo con uno o una misma. Es un ejercicio social. Los exiliados y exiliadas han suspirado muchas veces al salir, cuando les perseguía el miedo, y al cerrar la puerta del peligro, pero también han dejado sus vidas para empezar otras. Si como nos dijo una refugiada en Canadá: “Pedir asilo es tratar de convencer al otro de que tu verdad vale la pena”, la Comisión quiere decirles hoy que su testimonio, su esfuerzo, su lucha, vale la pena. En la Grecia Antigua, el destierro era una de las mayores penas, porque además de desarraigarte de todo, te quitaba el derecho a la palabra, dejabas de ser ciudadano o ciudadana. Los que no tenían derecho a la palabra eran esclavos.

Todo ello no son cosas de hace 3.000 años. El exilio te quita la ciudadanía, te deja muchas veces en un limbo del que no puedes volver hacia atrás ni ir hacia delante, con un dolor que quieres dejar lejos y no tienes tiempo de asimilar. Si te faltan los papeles, no te dan trabajo y sin trabajo no puedes alquilar una vivienda. Una cosa lleva a la otra y viceversa. Eres colombiano, colombiana, pero no puedes acercarte al consulado porque da miedo o pierdes tus derechos. Los cientos de miles de hogares colombianos en el mundo son un tipo de patria. Una que, como decía Txillida, escultor de mi pueblo, no es el lugar al que perteneces sino el horizonte que nos mueve.

Hemos escuchado historias de funcionarios del Estado que no fueron protegidos o fueron perseguidos por el propio Estado. Víctimas del secuestro de las guerrillas que no podían quedarse a vivir el miedo de nuevo. Sobrevivientes de atentados o masacres paramilitares o del narcotráfico asociado a la guerra, que impusieron el terror en una gran parte de ese país rural y los barrios de grandes ciudades donde se extendió esa guerra por el control de la población y el territorio. Mujeres huyendo de las amenazas de reclutamiento de sus hijos o la violencia sexual, también personas del colectivo LGTBI. Otras, a quienes les quitaron la tierra los que estaban interesados en acumularla o explotar sus recursos.

La Comisión quiere reconocer que el exilio tiene los rostros de todas las víctimas que ha dejado el conflicto armado y su prolongación durante décadas; todos los sectores sociales del país han sido afectados. Se han exiliado mujeres, hombres, niños y niñas, personas LGTBI, comunidades étnicas, indígenas y afrodescendientes, campesinos y campesinas, académicos, estudiantes, artistas, empresarios, sindicalistas, periodistas, funcionarios públicos, políticos, jueces, fiscales, defensores de derechos humanos, líderes sociales, familiares de excombatientes y excombatientes que conforman esta Colombia fuera de Colombia.

En la toma de testimonios hemos preguntado muchas veces por qué tuvo que salir del país. Y si bien las respuestas son múltiples y algunas evidentes, hay una que resume muchas de ellas y es a la vez un factor de persistencia del conflicto armado: por pensar diferente.

La Comisión recoge este pensar diferente como un aporte a la construcción de la democracia, donde la gente no sea expulsada, estigmatizada ni perseguida por lo que piense. La estigmatización muestra una intolerancia inaceptable. Ninguna sociedad puede construir democracia eliminando o expulsando al otro.

Uno de los impactos de la guerra es la falta de espacios sociales de reconstrucción. El miedo teje las vidas y se mete en las relaciones. En el exilio y en el territorio colombiano, donde hay víctimas de todos los lados, hemos escuchado muchas veces ¿de qué lado estará? Para la Comisión, las víctimas de la guerra están del mismo lado, el del sufrimiento y la resistencia que la sociedad y la política necesitan escuchar.

Los exiliados y exiliadas han sido invisibles, o todo lo más, un aliado para hacer una gira, actividades de lobby, buscar dinero para apoyar proyectos en el país o difundir información sobre Colombia. Pero lo que le pasó a los exiliados y exiliadas fue en realidad un recuerdo o un silencio.

La Comisión de la Verdad es una oportunidad para hacer cosas para las que nunca hubo tiempo. Hemos escuchado a jóvenes de la segunda generación reclamar a sus mayores: cuéntennos no solo qué pasó, sino qué les pasó. Esa historia afectiva ayuda a juntar los pedazos de tantas vidas rotas entre los que se tuvieron que ir los que se quedaron. Por cada pedazo de la familia que se fue, hay otro que se quedó, de tíos, primas, abuelos que a veces no entienden por qué o que sufren en silencio. Si juntásemos todas esas vidas y las pusiéramos en cifras, tendríamos que alrededor de cinco millones de personas han sido afectadas por esas rupturas.

La Comisión es un paso para ese reconocimiento. Como institución del Estado, la Comisión quiere reconocer la injusticia de lo vivido y la victimización de que fueron objeto. El exilio muestra la falta de una política del Estado para la protección de su población en riesgo, una falta de respuesta a sus denuncias y una ausencia de consideración durante décadas de su propia existencia. La Comisión considera que exilio no solo es un hecho traumático sino una violación más que no puede seguir siendo invisible, que debe ser considerada en las políticas de reconocimiento

La Comisión ha tratado de trabajar así de la mano de muchas organizaciones y víctimas. Como nos enseñó Fabiola Lalinde, cuyo hijo Luis Fernando fue desaparecido por una patrulla militar en 1986, y cuyo hermano tuvo que pedir refugio en Canadá precisamente por buscarlo; el sentido habita a veces en que otras madres no pasen por lo mismo y transformar el sufrimiento en un tipo de lucha para que tanto dolor no sea inútil.

La Comisión también ha escuchado numerosos relatos de víctimas que sufrieron persecución durante el exilio, en otros países, incluso por las propias instituciones del Estado. Hay verdades que exigen un examen crítico del pasado, y esta es una de ellas. El exilio es testigo de ejemplos de cómo se extiende la guerra que no te deja en paz, y de que, a veces, las fronteras o los mares no son suficiente barrera para el desprecio.

Habitamos en tiempos intermedios. Un proceso de paz es eso. No se sale de una guerra fácilmente, aunque se haya firmado un acuerdo. No se hace la paz si no se acallan no solo las armas sino el miedo, y si no hay un nuevo tiempo en el que creer para las nuevas generaciones. Los tiempos fundacionales no son la continuidad de lo vivido. Tienen algo de quiebre y de inicio. La verdad que Colombia necesita es un espejo en el que mirarse, y el exilio nos devuelve una imagen de lo que hay que cambiar.

El escritor uruguayo que también tuvo que vivir el exilio, Eduardo Galeano, dice que el derecho a soñar no figura entre los 30 derechos humanos que las Naciones Unidas proclamaron a fines de 1948, pero si no fuera por él, y por las aguas que da de beber, los demás derechos se morirían de sed. En este ejercicio de escucha nos hemos preguntado muchas veces qué país sería Colombia si toda esta gente no hubiera tenido que irse. La respuesta es que ese país es el que necesitamos. Gracias por su confianza. La Comisión les reconoce como sujetos de esa transformación que Colombia necesita.

Colombia necesita una hospitalidad narrativa. Es decir, la apertura de la propia historia a la del otro. El exilio debe ser integrado en la narración de la verdad en Colombia, y tener por fin un lugar que no les expulse, sino que les acoja. Por eso, el retorno de nuestras voces es un lugar no para quedarse, sino para seguir caminando. Muchas gracias a todos y todas los que lo hacen posible. De nuestra parte, el compromiso de la Comisión es seguir adelante.

 

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